Relato

Rojo sabía

No tengo idea de qué pasó con la nave. No es que fuera una nave muy grande, pero mi trabajo era mantener el orden y la limpieza. Limpiaba. Logramos viajar por el espacio, pero aún a las cosas hay que limpiarlas. Así que por qué nos estrellamos para mí es un misterio. Creo que el capitán Obdulio avisó con tiempo. El rescate estará en camino. Supongo. En unos 8 años, con algo de suerte. No, no supongo, estoy seguro. Llegamos al planeta que sabíamos que podría servir para algo. No es que la Tierra ya no sirva más, como creía la gente de antes. No, anda muy bien. Pero si podemos ir a otro planeta, ¿por qué no? El asunto es que nos estrellamos. Las veinte personas en esa lata sofisticada. No sobrevivió la teniente Irma, ni esa chica divina, Uma...qué hermosa era. No, sobrevivó el imbécil de Rojo. Un biólogo con demasiadas ínfulas, títulos y, es cierto, experiencia, pero que siempre se las arreglaba para caerme mal. El sabía todo. ¿Cuál es esa estrella? Lo sabía. ¿Qué hacer si uno se atraganta con un pedazo de queso? Lo sabía, ¿Qué olor tiene el culo de un mono muerto? Lo sabía. Rojo sabía.
Así que, de repente estoy en Elfus 19-82 b, un planeta chiquito, muy lindo, orbitando cada 23,6 horas a su estrellita roja. "Cada día que pasa es tu cumpleaños" fue el primer chiste idiota que me dijo Rojo, cuando me desperté, parte de un pierna quemada y rodeado de muertos. Rojo también es humorista, pero no se lució mucho estos meses. ¿Existen los meses?
Revisamos toda la nave, dejamos a los muertos donde estaban y nos instalamos más a o menos a las 5 de la tarde, no muy lejos del accidente. Es que Elfus 19-82 b siempre da la misma cara al sol. así que elegimos una hora agradable y nos quedamos ahí. Se puede respirar casi normalmente, hay
agua, hay suelo y, lo mejor: ¡Hay vida! Una especie de chinches grises, del tamaño de una mano, blanditas por dentro y que saben horribles, las prepares como las prepares. Al principio nos comimos casi todo lo que habíamos podido rescatar de la nave. Después empezamos con las chinches. Y después Rojo se empezó a ofuscar por todo, y se fue unos días (o años). Volvió de mejor humor. Había estado revisando la nave y había encontrado un paquetito con semillas de tomate. Rojo sabía, por supuesto, cómo sembrar eso. Resulta que su bisabuelo había sido granjero cuando era joven, en uno de los países antiguos. Sembramos todo, y no salió nada. Rojo decía que era el suelo, o el agua o mucha luz o poca luz. Ya estábamos por perder las esperanzas cuando asomó un brotecito. Uno sólo. Rojo estaba como loco de contento. Me contó todo lo que sabía sobre el tomate. Yo sólo había visto tomates en las fotos de las cajas de tomates. Hace mucho que no hay lugares que vendan tomates de verdad en la Tierra. La plantita empezó a crecer, primero dos hojas largas y finas, después unas con otra forma, el tallo medio rosado. Yo la regaba, la escondía del sol unas horas con un plástico negro medio quemado que encontré.
Rojo dejó de darle importancia a la planta de tomates. Se ponía raro cada vez más seguido y desaparecía. Mejor, porque yo no lo aguantaba mucho. Además, apestaba. Rojo volvía cada tanto, es dificil determinar el tiempo...yo seguía con algunas migajas de raciones, con las chinches y cuidando la planta de tomates. Me sentía horrible. Rojo se sentía mejor. Aunque a veces vomitaba. No me lo decía, pero dos o tres veces lo oí. Hay mucho silencio.
Pasó más tiempo, Rojo aparecía, miraba a la planta, me miraba a mí y se iba. Ya no me explicaba nada. Ya me lo había explicado todo. Cuando el tomate estuviera rojo había que sacarle las semillas, lavarlas y dejarlas secar, así íbamos a tener tomates para siempre. Otra vez pasó el tiempo. No quedó más comida, y las chinches habían desaparecido. Yo no sé si extinguimos a la única especie viviente. Eso hubiera sido gracioso. Rojo, esta vez, tampoco sabía.
Yo estaba muy flaco, por primera vez me veía las costillas. Empecé a sentirme mal, muy mal. Veía cómo los tres tomates verdes que crecían se reían de mí en su inmensa lentitud. Rojo llegó una tarde, o una mañana, o una noche y me dijo que hacía mucho que no comía y que quería comerse los tomates así como estaban. Estaba pálido, le temblaban las manos. Me negué, si se comía los tomates  no tendríamos semillas. A Rojo  no le importó ese detalle. Rojo sabía, pero en ese momento estaba fuera de sí. Intentó arrancar la planta, forcejeamos, parecíamos dos fantasmas harapientos peleando en cámara lenta. "Espantapájaros" había dicho una vez Rojo. Lo empujé, perdió el equilibrio, se cayó. No oí ningún ruido raro. Pero Rojo no se movió más. Quedó boca arriba con los ojos medio abiertos mirando al mediodía, más o menos. La planta estaba a salvo. Sólo había que esperar a que los tomates se pusieran rojos, como había dicho Rojo. "Los tomates rojos son deliciosos" dijo Rojo. Pero para eso faltaba. Rojo sabía. Sí, sabía mucho. Y sabía bien.

No hay comentarios.: